Por: Moisés O. Frausto
Esta última quincena ha sido una de mucha actividad para la política internacional de México. El presidente Andrés Manuel López Obrador dio un discurso en el Consejo de Seguridad de la ONU que, según sea la fijación de cada cual, resulta o un despropósito o un radical posicionamiento emancipatorio de nuestra política exterior. Por otro lado, una semana después, el primer mandatario tuvo una reunión con sus homólogos de Norteamérica. Ambas situaciones tienen algunos matices geopolíticos que valdría la pena analizar de forma más detallada. Por eso, revisemos cada cual con la mesura de no estar en ninguno de los extremos de los espectros de la amlofilia o la pejefobia.
Hace unos pocos días, la representación de México en las Naciones Unidas asumió la presidencia del Consejo de Seguridad. Esto dado que los miembros de dicho comité tienen la oportunidad de asumir su presidencia durante un mes. El consejo está integrado por 15 miembros, 5 permanentes y 10 no permanentes. Estos últimos rotan cada dos años como representantes de distintas regiones del mundo. Aunque siendo muy honestos el poder real de los miembros no permanentes es bastante limitado.
La fuerza real radica en sus miembros permanentes, Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Estas naciones tienen muchas cosas en común: son potencias militares, políticas, nucleares y, sobre todo, fueron los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Hay que recordar que la fundación de la Organización de las Naciones Unidas fue producto de las consecuencias del final de este conflicto global. Fue un intento por crear, teóricamente, una asamblea en la que se pudieran dirimir las controversias entre naciones, así como crear los esfuerzos coordinados para el avance de la humanidad por la paz. Siendo un poco cínicos, gran parte de los órganos de la ONU sirven para realmente poco.
La Asamblea General de las Naciones Unidas son, más que nada, un escaparate diplomático cuyas resoluciones no tienen ningún tipo de carácter vinculante entre sus miembros. Esta afirmación tiene validez para casi todo en la organización, menos para el Consejo de Seguridad. Dado el carácter de potencias militares y económicas de sus miembros, las resoluciones tomadas ahí afectan en una dimensión importante. Solo hace falta mirar todas las molestias que se tomó Collin Powell, ex secretario de Estado de los Estados Unidos en la administración Bush, para mentirle al Consejo con tal de obtener su permiso para invadir Iraq en 2003.
Ante este comité internacional AMLO dio un apasionado discurso que se posiciona incluso más a la izquierda que sus decisiones internas. Como mencionamos al principio de esta columna, detractores y simpatizantes tiene posturas claramente encontradas respecto a esta situación. Como en muchas otras cuestiones respecto al presidente, ambos tienen razón y ambos se equivocan. Más allá de intentar usar este foro para consolidarse como una especie de líder de las actuales “naciones no alineadas” fue un discurso enfocado a sus votantes. Reforzó su narrativa de lucha contra la corrupción y antagonista al neoliberalismo. Tengo que admitir que el texto estaba bien escrito y hasta me recordó con gusto porque voté por él. También me queda claro que ningún país en el mundo cambiará sus mecánicas internas conmovidos por la elocuencia del hijo más ilustre de Macuspana. Pero hubo respuesta de dos países en particular: China y Rusia. Los representantes de estas naciones euroasiáticas en este Consejo le recriminaron Andrés Manuel que no tiene ningún derecho a opinar con la soberanía de los países miembro con sus propuestas. Esto podría parecer un error diplomático, pero podría tener un más complejo trasfondo, pero para explicarlo hay que revisar el otro evento internacional que protagonizó el inquilino de Palacio Nacional.
El 18 de noviembre se reunieron López Obrador, Biden y Trudeau. Este concilio era para afinar los detalles del último tratado comercial firmado por los países norteamericanos, pero los presidentes no hispanos llegan en una posición muy distinta a la que llegue el mexicano. Tanto Biden como Trudeau han tenido una caída en picada de su popularidad, una aprobación menor al 40% y bajando para el gringo, mientras que el canadiense tiene más de un 62% de abierta desaprobación.
Como bien es sabido Obrador cuenta con niveles récord de aprobación popular, por tanto, tiene más fichas que puede arriesgar en esta partida a 3 bandas, mientras que sus homólogos están obligados a sacar redito político de donde puedan. Ante este escenario, la controversia que generó Andrés Manuel en el Consejo de Seguridad tendría su resonancia. Más que ofrecer un viraje hacia la izquieda, el presidente de México lanzó una loa a las democracias liberales, de las cuales, Joe y Justin son sus mayores representantes a este lado del Atlántico. Los dos países que se sintieron molestos ante esto fueron naciones claramente antidemocráticas, opacas y que, para mayor inri, son los principales rivales para la hegemonía occidental. Puede que esto haya sido un gesto de simpatía que haya lanzado Obrador previo a su reunión, una estrategia para construir cercanía entre sus interlocutores. Pues, dado la distancia económica de México con EUA y Canadá, qué mejor regalo de conciliación se podría ofrecer a estos dos impopulares presidentes que la posibilidad de crear un frente común que luche por los valores liberales contra el éxito autoritario de las nuevas potencias emergentes.